113. EL CUENTO DE ISIDRO: "LA HERENCIA"

Don José de las Eras y Valls, era un señor que habitaba en una hacienda de la partida de La Verónica, allá por los años de 1873. Era ya algo entrado en edad y se decía de él que aunque hacia vida de simple labrador, se le consideraba poseedor de una inmensa fortuna.

Era el tal Don José un hombre, si no desconfiado, si al menos algo precavido y a todos cuanto trabajaban en su hacienda, tarde o temprano les comprobaba su fidelidad. Y tan goloso es el dinero y el oro, que todos habían caído en la tentación. Todos excepto uno.

Se decía que su esposa había muerto siendo él muy joven y que desde entonces no había existido otra mujer en su vida. Y siendo Don José un hombre amable y comunicativo, jamás había hablado a nadie de su pasado. Se contaban muchas historias de su vida más o menos infundadas, siendo la que más había llegado a prosperar la de que en su juventud, hubiese emigrado a la isla de Cuba y allí conocido a la rica heredera con la que contrajo matrimonio, y que muerta ella había vendido sus propiedades y regresado a España, comprando aquí la hacienda de La Verónica.

Tenía en su finca el señor de las Eras cuatro empleados: el labrador, el pastor, una mujer cincuentona que gobernaba la casa y un muchacho joven al que no había podido coger nunca en falta alguna.

Era este muchacho, huérfano de padre y madre, que siendo muy niño, lo había acogido Don José, aunque manteniendo siempre la distancia de protector y protegido.

Tenía este señor dos sobrinos que vivían en la ciudad los cuales se consideraban sus herederos directos y por tanto visitaban con asiduidad a su tío quien veía con toda claridad que el único interés de sus parientes era sus cuantiosos bienes, y a dichos parientes les corroía la idea de cual sería la parte que destinaría su tío para aquel niño que había a cogido tan humanitariamente, con la duda, si en su día habría tenido algo que ver con la madre, de la que tenían noticia de haber sido una mujer muy hermosa.

Pasaron los años y llegó el día en que el muchacho tuvo que cumplir su servicio militar, correspondiéndole destino en las posesiones españolas de África, coyuntura que con la distancia y la recaída de Don José con casi noventa años, aprovecharon sus sobrinos para hacerle firmar un testamento en que les declaraba sus herederos universales, y por el cariño que le profesaba a su protegido, le dejaba en herencia, los muebles, libros y demás objetos de la casa de campo. En realidad muy poca cosa, que nada en absoluto interesaba a los sobrinos.

Cuando el joven regresó de Africa licenciado del servicio militar y supo lo sucedido, tuvo palabras duras con los dos hermanos y estos le dieron un plazo de veinticuatro horas ara sacar de la casa lo que le correspondía según el testamento.

José, que este era el nombre de nuestro amigo, llevó los muebles, libros y enseres y todo cuanto constaba en el testamento, a una pequeña casa del pueblo que le prestó un amigo, y fue a consultar un entendido, el cual le pidió pruebas de lo que le contaba y siendo que sólo poseía una carta de Don José, fechada anteriormente al testamento en que constaba que era heredero de la hacienda de la Verónica, le aconsejó que no gastara un céntimo en pleitos, porque el segundo testamente otorgado a los sobrinos, era el que tenía validez, pues aunque sabía positivamente que se habían aprovechado de su ausencia y más, de las deficientes condiciones mentales de su tío en los últimos días, no lo podía demostrar.

Con todo lo recibido de la herencia, organizo la casa y montó la biblioteca, pues los libros eran su pasión de toda la vida, y aún le sobraron algunos elementos que guardó en el porche. Todos los muebles le cuadraron bien excepto que al montar la cama vio que, como la mayoría de camas antiguas, era demasiado alta. Pensó que podría serrarle unos centímetros, dudando unos instantes por el respeto que le tenía a todos aquellos recuerdos de su protector, pero luego recordó haberle oído en algunas ocasiones criticar a los antiguos porque construían aquellas camas tan altas, asegurando que su abuela tenía que poner una escalerilla para poder acostarse. Así pues, decidió rebajarle veinticinco centímetros, y cuando aserró la primera pata, y retiró la parte aserrada, vio con sorpresa que toda ella de arriba abajo, estaba hueca, y que cayeron al suelo un chorro de monedas de oro.

Una fortuna había salido de la pata de la cama, y reía y lloraba José de alegría, comprobando cómo había burlado Don José a sus avarientos sobrinos. Luego, cuando se serenó, fue a cortar la otra pata, pues tenía que hacerlo con las cuatro, para que la cama quedara nivelada, resultando con gran sorpresa, que también contenían doblones de oro en una totalidad de mil doscientas que eran una inmensa fortuna.

Los sobrinos herederos de la finca La Verónica, no tenían amor a la tierra y la pusieron en venta en cuanto estuvo registrada a su nombre, y sabedor José que lo harían de esta manera, encargó de inmediato a su amigo que la comprara para él, y cuando ya estuvo preparada la escritura y se presentaron en la notaría los dos hermanos para firmar y cobrar, tuvieron la mayor sorpresa de su vida cuando apareció José portando una gran cartera y pagando en efectivo el precio acordado.

Ustedes sabían que su tío deseaba que la finca fuera para mí y han intentado lo contrario con malas mañas: les dijo José con gran seriedad, pero sin levantar la voz. Y añadió: Ya ven, que finalmente no han logrado su propósito; y ahora tengan en cuenta lo siguiente, que el dinero bien conseguido, a veces se pierde. ¿Qué ocurrirá con el que se consigue de mala manera? Y abonando los honorarios cuya minuta le presentaba el notario, recogió la escritura y abandonó el despacho y se marchó dejando a los dos hermanos pálidos de ira e incapaces de responder una palabra.

ISIDRO BUADES RIPOLL
Cronista de la Villa de Sant Joan d'Alacant

Publicado porAlfredo en 21:35  

1 comentarios:

Anónimo dijo... 26 de noviembre de 2008, 14:53  

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