107. ESTAMPES MINAGRELLERES (y 2)

A las cinco, hora del asueto escolar, la calle volvía a animarse. Era la hora del "berenar", grandes tajadas de pan de coca, con aceite y sal, o azúcar. O el "pà amb oli i boix" que era la ñora picada con ajo, principal condimento de casi todos los arroces alicantinos de entonces. O la onza de chocolate "de la Virgen", porque todavía no se habían inventado las barritas individuales, ni la nocilla ni el colacao.

Un poco más tarde, hacía su entrada Pepe, "el chambilero", el padre de Reme, que muy posteriormente abriría su heladería en la Rambla, frente al cine Cervantes (de invierno). El carro de los helados, era de madera, muy pintado, y con un techo adornado con una cenefa de color azul. Dos "garrapinyeres" conteniendo el helado que indefectiblemente eran de "mantecao" y de fresa o chocolate. El "chambi" era un cucurucho que solía costar unos diez céntimos (de peseta, claro) y que años más tarde llegó a costar un real (25 céntimos). Los "ricos" compraban su chambi, de lujo, hecho con un molde rectangular de mango cromado, en el que se insertaba una galleta abajo, luego el helado, y otra galleta encima, a modo de bocadillo o sándwich.

Era la hora de los juegos. Los deberes hechos, la cara con churretones, pantalones de jugar, alpargatas "corredoretes", hechas a mano por mi tía Consuelo, que tenía la alpargatería en la plaza de Sant Joan, frente al templete de la música, al lado del taller de bicicletas y frente a la mercería de Rubio.

Los juegos.... increíbles. Cada época tenía un juego diferente, que se iba sucediendo y alternando de forma natural, sin que nadie fuese capaz de conocer en profundidad esa secuencia o alternancia de los juegos.

No había balones de reglamento, por lo que el fútbol como tal no era demasiado ejercitado. Sí que se jugaba a la pelota contra la pared, el frontón sobre fachadas de cemento en donde no hubiese ventanas ni cristales cerca. Las pelotas eran de piel fina, hechas por nosotros mismos, o de baqueta, si alguno la heredaba del padre o del abuelo. Cada vez que una pelota se quedaba colgada en un tejado, en el alero o en el "canaló", era un verdadero drama. También se jugaba a un "tu-la-llevas" tirándonos esa misma pelota con toda la fuerza de que uno era capaz, y al que le daban, "pagaba", y debía quedarse quieto hasta el final del juego. Los pelotazos eras dolorosísimos, y ahí se dilucidaban toda clase de venganzas y asuntos pendientes entre "els xiquets".

Y el "xurro-mediamanga-mangotero", que era otro juego brutal, en el que uno de los equipos hacía de "burro", a cuatro patas, en hilera, contra la pared, y el otro se lanzaba encima, a tropel, unos sobre otros, hasta que la falla se venía abajo entre risas y llantos para comenzar todo de nuevo.

Y las chapas. Las chapas de gaseosa y de cerveza, eran adornadas con cromos de jugadores de fútbol, y se cubrían con un cristal debidamente tallado, con toda la paciencia del mundo, golpeando con el canto de una piedra, para que el cristal quedase redondito, del tamaño interior de la chapa. Y se sujetaba con un borde de masilla o de jabón "del lagarto". Estas chapas eran a la vez instrumentos del juego, y moneda de cambio, que ganabas o perdías, según fuese tu habilidad en el juego.

Y los huesos de albercoc (albaricoque). Este era el único juego que tenía una época, siempre coincidente con la aparición de estos frutos que, comiéndolos verdes y en exceso, nos producían unas descomunales diarreas y eran muy dosificados, debido a esos efectos, por parte de madres y abuelas. Los huesos para jugar, eran cuidadosamente desgastados rozándolos contra el bordillo de la acera, hasta que conseguías hacerles un agujero por ambos lados, y ensartar unos cuantos en forma de collar o lanzadera, que era utilizado, a mode de honda, para sacar otros huesos del "rogle" que era el escenario del juego, en el suelo de la propia calle.

Y el "marro", y el "parí-parao", y las carreras, y....... un verdadero catálogo de juegos, a cual más divertido, en el que no había absolutamente ningún juguete ni artilugio que no fuese confeccionado por nosotros mismos.

En la postguerra, no había juguetes de Reyes, ni Papás Noel ni cristo que lo fundó. Los reyes, en aquella época, nos traían libretas, algún cuento, lápices, gomas de borrar y pinturas de Alpino. Y algún calcetín o algo de ropa interior. Y punto pelota.

Pero, a pesar de todo, de la represión política imperante, de la pobreza y de la necesidad, los chavales de entonces éramos los seres más felices del mundo.

Y sigamos el relato, con el devenir de las horas minagrelleras.

La hora de "poqueta nit", un claroscuro de despedida de la tarde, y las primeras umbrías nocturnas; la hora de terminar los deberes escolares, o de preparar la cena, la hora en que los hombres volvían del campo o de la obra, y la calle se iba llenando otra vez de actividad.

Los abuelos, iban sacando las sillas, o la mecedora, a la calle, a disfrutar "de la frescoreta", haciendo gana, para la cena, una vez pasados los rigores del sol diurno.

Era la hora en que "el Vigilant" pasaba, calle abajo, con una caña larga, provista de un clavo en la punta, con la cual iba encendiendo los interruptores (de cuchilla, al más puro estilo eléctrico-rupestre), para encender la docena escasa de bombillas de 25 vatios que alumbraban las noches del pueblo.

Y tras la cena, las reuniones vecinales "a prendre la frescor", en donde nos reuníamos en corros para hablar de todo lo divino y lo humano. Para contar chismes, o cuentos de terror, o simplemente cantar en grupo alguna habanera mil veces oída, pero que sonaba distinta cada vez. La hora de ver pasar a la gente, que con cada "bona nit", te regalaba su cortesía y su saludo. Un "bona nit" que debía repetir, casa por casa y corro por corro, aunque fuese a cada paso, para no ser calificado de maleducado.

Y entre cuento y cuento, con la noche ya cerrada, iban "cayendo" los más pequeños, y desertando los mayores, que se escapaban a jugar "al carreró", el callejón que había junto al pozo de la plaza de la fuente, que era la fachada de la tienda de mi abuela "Asunción la Caliua", fuera de la vista y del control de los padres, para seguir haciendo pillerías y diabluras, en los bancales cercanos, hasta que los gritos agudos de las madres, como lluecas en busca de sus pollitos, nos iban recogiendo a todos, uno a uno, cada mochuelo a su olivo.

Son recuerdos de hace ya sesenta años, raíces guardadas en lo más profundo del corazón, estampas sentidas, vividas golpe a golpe y verso a verso, que han conformado día a día, y año a año, la clase de personas, la clase de hombres que somos hoy.

Hombres "del carrer", hombres "del poble", un sello indeleble que podemos lucir con orgullo, aunque el paso del tiempo nos haya llevado a vivir muy, muy lejos de aquella tierra materna, la que nos ha amamantado con tanto amor y con tanta dedicación.

FRANCISCO JAVIER LLORENS SELLERS

Publicado porAlfredo en 23:59  

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