105. EL CUENTO DE ISIDRO: "LA TRAMPA"

Era una casa de campo. Grande casa que en realidad eran dos pegadas por su parte trasera, siendo que una estaba orientada a levante y la otra a poniente, y eran sus tierras de huerta lindantes en la hijuela de riego por medio, acequia que servía por derecho a ambas haciendas.


De uno a otro predio, existía un leve desnivel del terreno, siendo la hijuela como un escalón entre ambas propiedades, que las comunicaba y que en cuyo margen más alto existía senda, que el derecho consuetudinario autorizaba el paso a regantes y miembros del Sindicato de Riegos de la Huerta; o lo que es lo mismo, que sólo unas pocas personas estaban autorizadas a transitar por la senda, la cual venía a concluir en el patio de la casa orientada a sol naciente. En esta casa vivían sus dueños que eran un matrimonio con una hija que cumplía dieciocho años por aquellos días del mes de agosto en que comienza nuestra historia.

Aquella moza, que era tan garrida y tan galana, como la Pepa Juana del poema de Arturo Cuyás, era el amor secreto de Julián, mozo dos años mayor que ella y también como ella, hijo único de los dueños de la casa orientada a sol poniente. Julián, al que todos llamaban Julianet, estaba, como ya hemos dicho, prendado de tan guapa moza, y muy creído de que ella le correspondía, porque aunque se reía muy disimuladamente de él, que algo pazguato, en sus ironías no veía desdén alguno, sino que pensaba que se hacía de valer esperando formalizar en algo más aquella buena amistad vecinal. Pero un día, vio Julianet que la chica charlaba muy animadamente con un chico de la ciudad. No le gustó la visita, y menos que estas se repitieran con asiduidad y que los padres hablaran del pretendiente, de manera muy positiva.

Julianet, pensaba y repensaba qué podría hacer para romper aquella relación, y de todas las argucias que meditó, al fin fue a decidirse por la más infantil de todas ellas. Se trataba de construir una trampa en la senda, por la que tenía la "desfachatez" de transitar el alicantino, siendo un paso privado, para ir a ver a su amada. No pensaba el celoso muchacho que cortejar a la chica era un asunto muy privado.

Este ardid de la trampa, lo había visto hacer a sus compañeros cuando de niño iba al Colegio de Santa Faz, y consistía en excavar un hoyo como de medio metro de profundidad y de casi la anchura de la senda que no lo era mucho más, y luego, cubrirlo con débiles cañitas y hojas de higuera, de parra u otro vegetal capaz de sostener una fina capa de tierra para cubrirla y que simulara que allí no existía peligro alguno. De esta manera quien por allí pasara, al pisar sobre tan débil cubierta caería irremisiblemente en el hoyo con el riesgo de romperse una pierna.

¡Romperse una pierna! –pensó Julianet- mejor, así no podría venir a ver a la chica. Y una mañana de domingo, cuando sus padres habían marchado al mercado, nada más salir estos de la casa, se puso a construir febrilmente la engañosa trampa, que a eso de las diez de la mañana estaba ya concluida, y había quedado tan disimulada que nadie sospecharía su existencia. A todo esto era casi la hora en que el pretendiente solía llegar los domingos por la mañana, y se apresuró a ir a su escondite desde donde podría ver la caída de su "enemigo" que así lo consideraba Julianet. Mas no se había acomodado bien, cuando vio con sorpresa que un hombre bajaba por la senda.

-Coll.-Exclamó- ¡Quién será? Si por aquí no suele pasar nadie que no venga a una de las dos casas, y en esto vio que era el guarda del campo el cual solía internarse por los pasos más insospechados.

-Hay que hacer algo para desviarle de la senda –dijo para sí- pero qué. Le diré... Le diré.. Ya sé que voy a regalarle un melón. Le llamó, le regaló el mejor melón del melonar que era allí mismo y le acompañó hasta la senda algo más adelente para evitar el obstáculo, y luego volvió a su escondite, pero no más estaría en él dos minutos cuando vio a un pescador que con su caña y la "barssa" caminaba por la senda.

-¡Xé! Un altre? ¿Qué pasa hoy que viene por aquí tanta gente? Ahora verás, voy a decirle al tipo ese que por aquí no se pasa, que vuelva atrás, pero es joven y fuerte y puede ponerse tonto. Mejor le regalo otro melón. Y repitió la operación que libró al guarda de caer en la trampa, y volvió de nuevo al escondite, pero nada más entrar en él cuando vio que dos jóvenes con la toalla bajo el brazo iban seguramente en busca de la playa. A estos los conocía y empleó el mismo procedimiento del melón y les preguntó por qué no iban a la playa por el camino como lo hacían siempre, a lo que le respondieron que había caído uno de esos grandes algarrobos que con el calor suelen desgarrarse, y había tapado el camino.
Los dos bañistas marcharon tan contentos con el melón, pensando que Julianet era un chico muy simpático y de lo más desprendido, y este, que si seguía el tránsito a aquel ritmo, iban a quedarse sin melones.

En esta melonera cuestión estaba pensando cuando escuchó un extraño tintineo, sonaba un acompasado sonido metálico como el de una campanilla, que se aproximaba y que de pronto apareció en el recodo de la senda: era el Santo Viático, el cura párroco acompañado por el sacristán que era portador de una sombrilla en una mano y en la otra la campanilla, haciéndola sonar con toda solemnidad.

¡Arrea! –Exclamó Julianet- ¡y ahora qué hago yo? A estos no puedo ofrecerles un melón. Y viendo que si no hacía alguna cosa con prontitud, el Santo Viático iba a sufrir un accidente, perdió julianet el control de sus actos y comenzó a correr hacia el párroco y el sacristán para detenerles y evitar que cayeran en la trampa; porque eso serìa terrible, pues aparte de que el hoyo era profundo lo había amedianado con excrementos de cerdo previamente disueltos con agua, y tanto ardor puso en la carrera, que no calculó bien la distancia y cayó en su propia trampa dislocándose el tobillo y llenándose de aquel horrible caldo que con tan mala idea había puesto en el hoyo.

El sacristán se apresuró a ayudarle a salir del agujero y comprobaron que Julianet no podía andar .

-¡Ya me he roto el pie! –Decía lastimero - ¡Ay Señor! Y en el colmo de la hipocresía dijo con un ictus de dolor: ¿Quién habrá hecho esto?

-Los chicos suelen hacer estas cosas. – Sentenció el sacristán- Y en esto estaban cuando llegó un joven que solícito ayudó a Julianet hasta llegar a la casa, y pidiéndole que se quitara el pantalón, sacó un cubo de agua del pozo de nacimiento y le lavó la suciedad que le llegaba hasta las rodillas. Luego le preguntó dónde podría encontrar un pantalón limpio: lo sacó de la cómoda de donde le indicó Julianet y le ayudo a colocárselo, después le tanteó el pie detenidamente y le aseguró que debía acudir a alguien que se lo compusiera. Si quieres – le dijo- voy a avisar al vecino para que enganche la tartana y te lleve al "Saluador".

Julianet le dio las gracias por sus atenciones y le aseguró que sus padres ya no tardarían y ellos le llevarían, y ya mas sereno se apercibió de quien era aquel joven: Se trataba, nada más y nada menos, que del noviete de la vecina. Y entonces, reconoció en silencio lo calamidad que era; Había caído en su propia trampa y luego el destinatario de ella estaba ayudándole tan amablemente, y pensó, que quizá su guapa vecina se merecía un tipo como aquel y no un campesino cobarde y celoso como él.
isidro buades ripoll

Publicado porAlfredo en 23:59  

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